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Había una vez, no hace mucho tiempo, un rico y mezquino campesino que compró por muy poco dinero tierras en el barranco de Los Palmitos, en Gran Canaria. De él, decían que era incluso más listo… que el mismísimo diablo. Era tan rácano que compró en lo más recóndito del barranco porque en ese lugar las tierras eran las más baratas de toda la comarca.
Allí, quiso construir una vivienda con un gran almacén que le serviría para guardar toda la labranza que consiguiera recolectar de sus tierras, pero… no encontró quien se la construyera por lo que pretendía pagar.
Pasaron los meses y la casa seguía sin construirse, y pronto llegarían las lluvias y el rico campesino no tendría donde guardar sus cosechas. Una tarde fría, de finales de septiembre, un forastero, de extraño caminar, alto y lúgubre, vestido de negro, llegó al lugar, se presentó al acaudalado campesino, y, después de mucho tira y afloja, llegaron a un acuerdo en la construcción de la casa y el almacén.
Al acuerdo que llegaron… fue que el forastero construiría en lugar de una casa y un almacén, dos casas y un almacén. Que empezaría por el almacén, y así, el campesino podría guardar sus cosechas antes que comenzaran las lluvias. Que después, construiría la primera casa para que el campesino pudiese alojarse allí cuando lo deseara después de las duras jornadas de trabajo en el campo, y, que finalmente, construiría la segunda casa, ésta mucho más modesta que la primera… pero suficiente para alojar a un ya viejo forastero que quería echar raíces, y que la segunda casa y el derecho a usar parte de la cosecha almacenada sería el pago que recibiría.
El campesino era tan avaro que antes de cerrar el acuerdo puso una condición,
— Sólo podrás trabajar de noche–
El forastero había escuchado lo rico, avaro y mezquino que era el campesino, y puso como última condición… que si terminado el trabajo, se le ocurría no cumplir con su parte de regalarle la segunda vivienda y parte de la cosecha almacenada, entonces, el alma del rico usurero se la llevaría el diablo.
Y de esta manera tras un fuerte apretón de manos y cerrar el acuerdo, aquella misma noche el forastero se puso manos a la obra.
Se oían ruidos lejanos y los vecinos se preguntaban de donde venían aquellas voces tenebrosas que decían:
— “piedra… agua… barro…”, “piedra… agua… barro…”
Tal era el temor de los campesinos que no osaron siquiera asomarse a las ventanas y se pasaron la noche rezando.
La obra a punto de terminarse, almacén, una gran casa y una segunda casa algo más modesta le faltaba por colocar la última piedra, aquella que iba sobre el pórtico de la segunda casa, cuando el forastero fue sorprendido por el kikiriki del gallo y el despuntar del alba, y es que un pacto es un pacto, así que cesaron los ruidos y callaron las voces, quedando la obra a punto de terminarse, el forastero se fue a descansar para dar por acabada la obra a la noche siguiente.
Los vecinos, todavía temerosos, se fueron asomando lentamente hasta contemplar, pasmados, que en un lugar que la víspera estaba vacío había una nueva construcción de dos casas y un gran almacén a la que sólo le faltaba una piedra.
Y es que el forastero realmente era el diablo, y sabía… que pronto tendría una nueva alma que le serviría y una morada donde pasar las noches.
El rico campesino, se acercó a ver como iba el trabajo y se dio cuenta que… el forastero con quien había hecho tratos… era el mismísimo diablo, y que, al día siguiente, cuando… la última piedra estuviese colocada en su sitio, tendría que darle una vivienda y parte de su cosecha tal como habían pactado, o de lo contrario, su alma le pertenecería. Así que, temeroso por tales pensamientos, convenció a sus vecinos… que aquello… era obra del maligno, y que solo… derruyéndolo… evitarían que el diablo viviese en aquellas tierras, y así hicieron.
Cuentan los viejos del lugar, que a la noche siguiente… el forastero llegó para dar por cumplida su obra, encontrándose con su trabajo derruido, y es que, si el diablo era capaz de construir un almacén y dos casas en una noche, ¿por qué no iba a ser capaz el hombre de destruirlo en un día?, por lo que… comenzó nuevamente a fabricar lo pactado, se puso manos a la obra.
Escuchándose los ruidos lejanos y las voces tenebrosas:
— “piedra… agua… barro…”, “piedra… agua… barro…” –
Ahora los vecinos, si a la noche anterior no se atrevían a mirar por las ventanas, sabiendo que aquello era cosa del diablo corrían a esconderse en lo más recóndito de sus casas esperando que el diablo no fuese a reclamar sus almas.
Y justo, cuando le faltaba por colocar la última piedra al forastero, aquella que iba sobre el pórtico de la puerta de la segunda casa, se encontró… con que le faltaba esa piedra, y por más que la buscaba no aparecía viéndose sorprendido por el kikiriki del gallo y el amanecer de un nuevo día, teniendo que dejar nuevamente inacabada su tarea.
Cuentan los viejos del lugar, que el rico campesino, aprovechando mientras sus vecinos derruían el trabajo del forastero, agarró una piedra, y se la llevó para esconderla donde no la encontrase ni el diablo, y de esta manera… dejar cada noche la obra inacabada, cuentan, que, desde entonces, nadie consiguió poner la piedra que faltaba, y por las noches… si agudizas el oído en la oscuridad del barranco de Los Palmitos, oirás voces tenebrosas que dicen:
— “piedra… agua… barro…”, “piedra… agua… barro…”