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¡Échate un cuento!

Échate un cuento, es un proyecto que pretende motivar y fomentar el hábito lector entre la población adulta en su tiempo libre y/o de ocio.

Podrás disfrutar de los cuentos a través de la lectura y la narración oral, y al finalizar esta edición tendrás a tu alcance un audiolibro con los cuentos en los que habrás podido participar.

A continuación podrás leer tres cuentos que sólo estarán disponibles durante este mes. Una vez hayas leído los tres, tendrás que votar el cuento que más te haya gustado. El próximo mes tendremos una sesión de cuentacuentos, en cada uno de los espacios colaboradores, a la que podrás acudir y además de disfrutarla, el cuento ganador será grabado y pasará a formar parte de un audiolibro que se editará al finalizar esta edición.

Anímate y sé parte de ¡Échate un cuento!

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Maninidra

Cuentan que Maninidra después de haber servido a los castellanos en Gran Canaria se lanzó a la conquista de Tenerife.

Arribaron los barcos por el Caletón de la Matanza y al llegar a tierra firme comenzaron a ascender por los barrancos de lo que hoy conocemos como La Victoria de Acentejo.

Allí se encontraron con que los guanches les estaban esperando, y a medida que subían por el barranco fueron sorprendidos y arremetidos con banotes, piedras y guirres que les caían de todos lados.

Algunos de los hombres de Maninidra intentaron huir barranco adentro para allí encontrar la muerte, otros fueron capaces de escapar avanzando hasta llegar a los altos de La Esperanza para encontrarse allí la famosa Laguna del Adelantado, y los que estaban más cerca de Maninidra consiguieron recular barranco abajo para llegar nuevamente a la costa del Caletón, y una vez allí, se vio acosado por los guanches que les perseguían, de modo que se lanzaron al mar y fueron nadando hasta una roca que había de saliente en mar adentro.

Allí, Maninidra acompañado de algunos de sus hombres, se subieron a la peña y esperaron a ver si los guanches desistían de estar al acecho para poder volver a tierra firme.

Pasaron las horas, y mientras estas pasaban, les llegó la noche. No les quedó otra que pasar la noche a la intemperie y la tempestad del mar.

Junto con el mar, empezaron a aparecer pequeños marrajos acompañados de algunos tiburones que cercaron la peña. Eran certeros que aquellos hombres tenían que volver al mar y sabían que eso era alimento seguro.

Llegó el día y junto a ese día le acompañó un segundo día. Los guanches observando la situación, decisión dejar a Maninidra y a sus hombres a la suerte de los tiburones y dejaron de estar apostados en la playa del caletón y volvieron a sus labores.

Maninidra sabía que tenían que huir de aquella peña, ya la poca comida que tenían se les había acabado y ni siquiera quedaban lapas ni burgados que echarse a la boca. Así que en su mano cogió un puñal, y en su otro brazo se enrolló con sus prendas y se lanzó al mar.

Una vez fue embestido por uno de los tiburones, se protegió con el brazo revestido de sus prendas ofreciéndole así algo que morder a las mandíbulas del tiburón. Aprovechó rápidamente a alzar su otra mano, aquella que agarraba el puñal y con un certero golpe se lo clavó al tiburón entre las agallas y lo rasgó de arriba abajo.

Se generó tal alboroto que el resto de los tiburones se sintieron confundidos y huyeron de la zona. Momento que Maninidra aprovechó para indicar a sus hombres que nadasen lo más rápido que pudieran hacia la playa del Caletón.

Una vez Maninidra se deshizo del tiburón desfallecido y ensangrentado por las puñaladas recibidas, también se lanzó a nadar hacia la costa donde le esperaban sus hombres.

Ya en tierra firme, Maninidra se volvió hacia el mar y observó como las aguas azules se habían convertido en un intenso mar rojo pintado por la sangre del tiburón, y este sería el augurio de lo que poco después sucedería en la conocida Matanza de Acentejo.

 Leyenda Canaria

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Secretos

Tengo muchos secretos.

Los secretos me tienen a mí.

Soy un secreto.

La chica de los secretos.

O, para algunos, el chico de los secretos.

Ya no importa.

¿Quieres un secreto? Tengo muchos.

Aquí viene el primero: No soy un chico, aunque lo parezca.

Érase una vez un reino encantado. Érase una vez un rey y una reina. O mejor: una reina y un rey.

El orden no importa, claro que importa. Prueba a suicidarte primero y a escribir la nota después.

La reina y el rey tuvieron cuatro hijos y una hija. Al final del cuento, solo eran cuatro hijos y un rey.

1 + 1 = 7

7 – 1 = 0

0 – 1 = -2

Las matemáticas fallan, ¿verdad?

Esta historia empieza por el final. Y no por un final cualquiera: por un final infeliz. Un final en el que nadie come perdices. Un final de esos que nadie quiere recordar, que se convierte en una mancha borrosa que todo el mundo finge no ver. Un final relleno de palabras aplastadas por secretos. Palabras aplastadas por palabras. Y por silencios.

Cuando el cuento acabó, la reina se marchó; sin brujas, ni hechizos, ni maldiciones. Se fue porque sí, se fue sin más. Murió con tierra de por medio en lugar de con tierra sobre ella. Las preposiciones también importan. Los cuatro hijos, la hija y el rey murieron también. Muertos en vida, de por vida, entre vida. Las sombras se cernieron sobre ellos. Estaban desolados.

Se fueron los cuentos.

Se fueron los besos. Y los abrazos. Y las sonrisas.

Se fue el amor.

Se fue una parte de ellos que jamás volvieron a recuperar.

Les robaron, y el seguro no los indemnizó porque solo cubría las paredes de aquella casa.

Nadie restituyó sus corazones en ruinas.

Dicen que no hay mejor defensa que un buen ataque, así que comenzaron a luchar.

El rey luchaba contra la ausencia y su batalla se daba bien entrada la medianoche, cuando las excusas se acababan y tenía que regresar al castillo. Para entonces ya no quedaba nadie, sólo él y toda esa ausencia que lo empapaba.

El primogénito luchaba entre los besos y las palabras de una princesa que le prometía otro reino y su eterna compañía.

El segundo hijo luchaba con una espada forjada por la indiferencia.

El tercero luchaba tanto que al final olvidó contra qué luchaba.

El pequeño era invisible; la lucha no era su fuerte y prefería actuar como si la batalla no tuviera nada que ver con él.

La hija, al principio, tampoco luchaba; observaba cómo todos batallaban mientras ella permanecía encerrada, jugando con palabras. Ella tenía un secreto. O el secreto la tenía a ella. El orden importa, pero todavía no está claro. Lo tiene o la tiene. Claro que importa, ¿cómo no va a importar?

He aquí el secreto: cuando la reina se marchó en medio de una noche de diciembre, de puntillas, la hija la descubrió. Pudo hacer muchas cosas: gritar, llorar, suplicar. Pero no hizo nada. Se quedó muy quieta, sujetando a su conejito de peluche, con el pijama de ranas y los pies descalzos, y cerró los ojos cuando la reina se llevó el dedo índice a los labios. En ese momento la hija tenía el pelo muy largo y decenas de vestidos muy rosas. Después llegaron el miedo y los cuentos sin final y la hija se cortó el pelo muy cortó y tiró los vestidos muy rosas.

Es difícil luchar si llevas vestidos y el pelo largo. Tienes que ser práctica, tienes que ser una más. Así que la hija se volvió hijo, y fue a luchar con el rey y el resto de sus hermanos a esa guerra en la que no hay victoria, en la que el dolor siempre gana, en la que la pérdida es la armadura que pesa y asfixia y vuelve tus movimientos lentos e imprecisos.

Pero el final todavía no ha llegado. El final está en pausa. Es lo que tienen las historias reales: no hay reglas, no hay orden, no hay nadie que te diga dónde empiezan y dónde acaban, ni por qué tienen que acabar. El final puede ser eterno, el final puedes decidirlo tú. Si es que quieres que haya un final, si es que no estás muerto.

0 – 1 = -2 ¿recuerdas?

¿Quieres otro secreto? No existo, aunque lo parezca.

Wendy Davies

Siempre será diciembre

Ediciones SM

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Para ella no era sencillo

No era una niña normal. Jugar con muñecas, maquillarse, vestirse con su vestidito que acababa con un lazo a juego en el pelo no iba con ella. Prefería subirse a los árboles, escalar las paredes ayudada de las cuerdas de montaña de su padre y siempre que jugaba al escondite la encontraban enredada en la telaraña del parque, sintiendo su piel recorrida.

En el cole, siempre que sonaba el timbre del recreo, ella no salía a jugar allí donde estaban todos, sino que se apartaba a soñar con sus deseos más ocultos y dibujarlos para sí misma. Durante un tiempo cada vez que volvía del recreo se encontraba con cosas extrañas en su mesa. Unas nubes de algodón, pendientes de mariposas, un hermoso y radiante sol.

No sabía quién las dejaba, pero le gustaba tanto que las guardaba para sí.

En una ocasión le dejaron una magnífica tela de araña, era muy especial, tenía en cada unión un nudo perfecto hecha con aquella fina cuerda.

Nunca supo quien le dejaba estos regalos sobre su pupitre.

Cuando la niña se convirtió en Lolita, descubrió que crecer va unido al dolor. Aquel primer desengaño, aquel amor imposible, aquel querer y no obtener lo deseado. Su corazón se hacía añicos una y otra vez y el sufrimiento en ocasiones se volvía insufrible.

Sentía tanta angustia que empezó a experimentar con aquello que siempre había tenido a mano. Aquellas cuerdas que tanta diversión le habían dado de niña, ahora las utilizaba para atar su dolor. Siempre que tenía ocasión, en el interior de su cuarto, se pasaba la cuerda alrededor de su cuerpo. En unas ocasiones se rodeaba un tobillo, una muñeca o cualquier otra parte del cuerpo y sentía el deslizar de los filamentos. Otras veces se ataba las piernas hasta dejarlas totalmente inmovilizadas. Pero lo que más deseo le producía era cuando apretaba y la sangre se sentía coartada allí por donde la cuerda dejaba su rastro. Ese dolor le hacía sentir que podía aguantar ese ahogo de su corazón hecho añicos, y cada vez que alguien le rompía el corazón, salía corriendo a su cuarto a encontrarse con sus amadas cuerdas.

Se hizo mayor, y su apetito en la intimidad siempre pasaba por sentir una caricia diferente a la de unos dedos. Si algo la hacía erizarse y que sus sentidos se pusieran a flor de piel, es el notar que la cuerda fuese parte de sus juegos.

Fue por casualidad cuando a sus veintisiete años se encontró con ella. Era su compañera de clase, de aquella época del colegio cuando recibía regalos sin saber de quién ni por qué. En un primer momento cuando Esmeralda la saludó, ella no la reconocía, pero al ver sus orejas y observar esos pendientes de mariposa, entonces se acordó de los regalos que le dejaban en el recreo.

Empezaron a verse y coincidir cada vez en más sitios, y con cada reunión se contaban sus cosas, sus vivencias, sus anhelos.

En la cuarta quedada, ella se sentía tan cercana a Esmeralda que le descubrió su secreto, aquél por el que moría de amor y en su cuarto se sentía resurgir. La necesidad de ser amada de una forma diferente a la que la sociedad nos tiene acostumbrados, y que no había encontrado a aquel hombre que la entendiese.

Esmeralda la miró con aquellos ojos de niña con que la miraba en el cole y le recordó cada uno de los regalos que le dejaba sobre el pupitre. El avión, las nubes, las mariposas, el sol, y sobre todo aquél último regalo, la telaraña.

Ahora sí, ella ya estaba segura que era Esmeralda quien le dejaba aquellas cosas, y por fin podía preguntarle el por qué.

Esmeralda le contó que le regalaba esas cosas porque para ella era su cielo y sólo así se lo podía demostrar. Y también le contó que aquél último regalo, aquella telaraña significaba que sentía lo mismo que ella, que lo había descubierto en aquellos dibujos que ella pintaba cuando se apartaba de todos en el recreo, y en una ocasión tuvo la oportunidad de descubrirlos.

Desde ese día, ella cambió su habitación por la de Esmeralda. Dejó de sufrir para sentirse atada y amada. Entregarse eternamente a las manos sabias de su vieja amiga que le inmovilizaba el cuerpo y los sentidos en una atmósfera íntima y de confianza donde la sumisión es el inicio de su libertad, sin miramientos, sin remordimientos, sin arrepentimientos.

Roberto Mendoza

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Colaboradores

Contenidos cedidos por Editorial SM

SM colabora en este proyecto dotando de materiales para que muchos de los cuentos que aquí puedas leer te guíen, te inspiren y te enseñen, y así fomentar el gusto por la lectura y transmitir unos valores humanos, sociales y culturales ayudando a mejorar el mundo que nos rodea.

Espacios Colaboradores

Biblioteca Municipal de Güimar - Güimar Emprende
Échate un Cuento en La Biblioteca Municipal de Tabaiba
Échate un Cuento en Craft Coffe
Échate un Cuento en El Sitio de El Sauzal
Échate un Cuento en Espacio Creativo La Ranilla

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